Epecuén es un pueblo de Argentina que se encuentra a unos 530 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Llamado igual que el lago más cercano, cuyos poderes sanatorios y benditos gracias a las propiedades de su agua, hicieron de este pueblo un destino visitado por millones de turistas.
Estas aguas con propiedades similares al salado Mar Muerto, cuenta con altos niveles de minerales que producen efectos realmente favorables ante problemas de la piel o enfermedades como la artritis, artrosis, psoriasis, entre otros.
Por desgracia en 1985, esta villa turística fue destruida por la crecida del lago, una fuerte inundación sumergió a la ciudad entera bajo el agua. La población residente se vio obligada a evacuar, y el lugar completamente arruinado, nunca más volvió a ser habitable.
Con el tiempo, sus restos quedaron al descubierto y comenzaron a atraer a los viajeros, ya que los pueblos fantasmas y las ruinas funcionan como un imán para muchos turistas interesados en conocer la historia detrás de los destinos.
Su lago como atractivo potencial y a la vez su perdición
El pueblo mantenía una imagen favorable y crecimiento potencial gracias a sus aguas curativas, sin embargo todo se arruinó irónicamente por la presencia de esa misma agua. Entre 1980 y 1985 las lluvias y el ingreso sin control del agua por el canal tendrían consecuencias devastadoras. Un 10 de noviembre de 1985 la muralla de solo 4 metros que protegía, no soportó el nivel de la laguna y el pueblo comenzó a ser evacuado.
Ruinas para un solo habitante
Con los años y los trabajos realizados, el nivel del agua disminuyó dejando al descubierto, lo que anteriormente era la Villa Epecuén. Sin embargo sus habitantes no regresaron a esta zona y aún permanece desolada.
Pero a excepción de una persona, se trata de Pablo Novak, el único habitante que se negó a dejar su hogar tras la crecida. Actualmente con 90 años de edad, sigue instalado en una casa a la entrada del pueblo, caminando por sus restos todos los días.
Pablo Novak es el único habitante de Epecuén, declarado como Embajador Cultural y Turístico del distrito, al ser el custodio de las ruinas. A bordo de su bicicleta oxidada, cada día recorre las ruinas de punta a punta y recibe a los turistas que se acercan a conocer las ruinas y también las anécdotas de este simpático y amable hombre.
Nació y fue criado en Epecuén, recuerda que para la década del 40 la villa contaba con alrededor de 2,000 habitantes. Tuvo diez hijos, que tras la inundación se mudaron a Carhué, la localidad más cercana. Sin embargo el se quedó con las 90 vacas que tenía, para poder alimentar a su familia. A pesar de que hace tiempo sus hijos crecieron y podría haberse mudado y dejar el pueblo, no lo hizo. En sus propias palabras asegura “No me voy, me quedo. Mientras pueda caminar y hablar no voy a dejar Epecuén”.